Corría el año 88 cuando debajo de la oficina de la calle Basílica, de Madrid, una docena de muchachas y muchachos de traje oscuro, apostados en las cuatro esquinas y portando estandartes con el León de Judá y la cruz de Tau lanzaban proclamas sin mucho éxito: “Tradición, Familia y Propiedad”. Me picó la curiosidad, bajé para verlos y parecían jóvenes conservadores de los 60s transportados en el tiempo desde una plantación de maíz imaginada por Stephen King. Su presencia, que se repetía en los distritos acomodados de Madrid, era una fantochada, pero también señal (rara vez las cosas ocurren de forma espontánea, sin un plan con unos objetivos a lograr).
De aquellos años al presente (tradición familia y propiedad había surgido en un San Pablo de 1960 para darle batalla a la “Teología de la Liberación”), paulatinamente y tras la desaparición del Muro, han surgido señales que responden a una estrategia, agenda y metodología común en Occidente por parte de, digamos, esta derecha alternativa que aglutina al supremacismo blanco, el populismo de derecha, el racismo, el negacionismo del Holocausto, del cambio climático, la xenofobia, la homofobia, la LGTBIfobia, el antisemitismo, el anticomunismo, el neonazismo, el neofascismo, la islamofobia, la aporofobia…
Señales que se fueron articulando primero en think tank, fundaciones como FAES, congresos de defensa de la fe cristiana, como el Congreso Mundial de las Familias (desde 1997), que fueron ampliando a través de institutos, como el Instituto Superior de Sociología, Economía y Política de Marion Maréchal, conferencias como la Conferencia Nacional de Conservadurismo dedicada a Juan Pablo II y Ronald Reagan (sí, no es broma, Ronald Reagan) universidades como la polaca Colegio Intermarium, promovida por el think tank católico Ordo Iuris, asociaciones como Proyecto Veritas, una ONG ultraderechista que acosa a periodistas y docentes difundiendo vídeos fake grabados con cámaras escondidas. …, que pasaron a las calles sobre todo para exaltar tradiciones, movimiento pro-vida que hostigan frente a clínicas o se manifiestan pro-banderas o pro-familias y a los medios de comunicación existentes como FOX o creados como Breitbart News de la mano de Steve Bannon o de temática religiosa (hay cientos, quizás miles) y viven en un espacio natural para las mismas: las redes sociales a través de las cuales, los diversos y variopintos gurús tanto sacan plata para un nuevo Muro fronterizo como aggiornan estas “toma de las bastilla” del siglo XXI pero a la inversa, para reinstaurar el antiguo régimen. Porque para ellos, además de unirles el supremo odio a su inventada ideología de género, su misión está en camino, por llegar y ahora pelean por “la batalla cultural” y preparan “sus gladiadores y guerreros culturales” contra los OTROS que son el mal. Un OTROS amplio, amplísimo, que además de sus fobias, va políticamente desde el liberalismo a la izquierda y que para simplificar llaman comunismo (simplificar es una de sus claves).
Puede parecer un exceso de adverbio para ilustrar y ejemplarizar pero es apenas la punta de un iceberg que cruza de norte a sur y de este a oeste el espacio occidental de derechos y libertades democráticas, pero también de cuevas donde habitan estos cavernícolas fundamentalistas que a veces son gobiernos nacionales, regionales o locales, a veces son apoyo para que la otra derecha gobierne y que son ya grupos parlamentarios europeos como (otra vez), Identidad y Democracia (liderado por la Liga Norte y que cuenta, entre otros, con la Agrupación Nacional de Le Pen, Alternativa para Alemania y los Partidos de la Libertad austriaco y holandés) y de los Conservadores y Reformistas Europeos (liderado por los polacos de Ley y Justicia y cuenta, entre otros con Vox, los Demócratas de Suecia y Hermanos de Italia, cuya líder, Giorgia Meloni, es primera ministra de Italia).
Dios, patria, propiedad y familia
Lo ocurrido en el Capitolio y en Los Tres Poderes es fruto de terroristas o criminosos como elocuentemente relataban en vivo los medios brasileros. Terroristas sin barba, pero con su propia yihad bíblica, su guerra santa alentada por los pastores, curas, rabinos con escenarios de ángeles combatientes y soldados de un dios al que le piden un apocalipsis y creen que el ejército ejercerá de jinetes.
Estados Unidos y Brasil, por envergadura e historia son los grandes baluartes de estos grupos de fanáticos. Ambos, los primeros bajo la egida fundamentalista de los puritanos “los padres fundadores” y las distintas facciones del protestantismo cristiano y los segundos, tras la cruz de sus rivales en Roma e igual fundamentalistas católicos cristianos sentaron las bases y legalizaron los distintos genocidios sobre los pueblos originarios y fueron más allá, capitalizaron la esclavitud, dos barbaries ejercidas en nombre de la civilización que hoy, esta alt-right que avanza, justifica, la relata y la consuma con intentos de golpes de estado financiados por el poder económico global, ese que se muestra legal en sus matrices, que tan solo son edificios centrales, a cambio de silenciar sus operaciones depredadoras y esclavistas en la periferia. Es el Dios y está en todas partes, dicen. Un dios blanco con sus ejércitos de fanáticos.
Ay, pero el dios tiene patria; la patria de dios que no es la de los vecinos, ni la de los OTROS diferentes, ni la de que practican sexo por placer amor pasión, ni las que leen otros libros, ni la que insolentan la sagrada norma de ser temerosos; es una, grande y libre y basta mirar al cielo para ver que la patria tras la muerte, la patria del cielo, está llena de balconadas con la bandera de la patria, que no con las bandera de vecino que para eso hay infierno que es donde van a parar los comunistas. Es sencillo, dios y la patria van en cada frase y visten con el textil que mejor representa la bandera: la camiseta de la selección de fútbol, que es más canchera o campechana, que tiene apodo por sus colores y cuando hay que intentar un golpe de estado, es también uniforme. Porque uno, si patriota y temeroso de dios, debe dar un golpe de estado con la bandera en una mano y luciendo la camiseta de la selección (en Uruguay, hace un año se logró un referéndum para evitar 135 artículos de más de 400 de una ley ómnibus que afecta globalmente al funcionamiento del estado. Imparable su celebración, el gobierno optó por el color “celeste” para defender su reforma y a la oposición se le otorgó el “rosa”. ¿Cuántas personas votaron por “la celeste” que es la camiseta y el apodo de la selección de fútbol?, no se sabe bien, pero por lo farragoso del tema, mucha. “La celeste” y “ponte la camiseta” fueron los claims del gobierno y ganaron, no por mucho, pero ganaron).
Dios, patria y propiedad, ¡carajo! Privada, por supuesto (nada de esa pública y comunal, menos la de esos vagos y atrasados pueblos originarios, esos de las selvas, esos no contactados que, para mayor inri, desconocen al dios verdadero y vaya uno a saber si tienen patria). La tierra solo es concebida como propiedad (lo de la mar, va en camino; lo del cielo, bueno, cosa de dios y los extraterrestres pero si han avanzado es porque son propietarios). Y si ya se vuelven locos defendiendo a su dios y su patria, con la propiedad todo va un paso más allá y hasta la vida están dispuestos a dar. Porque la propiedad produce y es sustento, nada de eso del trabajo aunque los fundamentalistas se reconozcan como los primeros y casi únicos trabajadores del mundo que está lleno de vagos que quieren vivir a costa de su sudor. Tema que los arrebata (descienden de arrebatadores profesionales por imperativo divino o real). Y ahí, verdadero rasgo novedoso de los alt-right, fue judicializar la vida, hacerla bajo el parámetro de la lawfare que busca encontrar “ladrones” en la oposición. El 80% de los atacantes contra Lula Da Silva lo definen como “ladrón”. “Es un ladrón”, dicho con la camiseta verdeamarela enfundada. Los migrantes llegan para robar, dicen en otras latitudes.
Dios, patria, propiedad y familia, ¡cómo dios manda!, que suele ser odiando y desconsiderando al resto de las personas. Ahí entraron de lleno estos “gladiadores o guerreros culturales” para dar la batalla cuerpo a cuerpo armados con todos las fobias posibles e imaginables en la diaria de las personas. Sus armas: eres una víctima de quienes antes eran esclavos y ahora tienen o van logrando derechos. Esos, los degenerados por piel, género, procedencia o cultura te quitan el pan, te quitan tus hijos, te quitan la tranquilidad de saberte en el lado correcto, de ser una persona “de bien”. Y ha calado, el odio penetra sin vaselina. A diario, y sin necesidad de pertenencia al alt-right, la supremacía de familia como “núcleo de la sociedad” se cuela en las informaciones, en las conductas de un supuesto bien frente a otro supuesto mal. Y mata. Matan a diario, no les hace falta intentar golpes de estado y, sin embargo, rechazan que se le reconozca como odiadores resguardándose tras las tradiciones los nacionalismos el consumo, tras la queja de “eres un intolerante”. Y en esto, tampoco hay latitudes.
Los criminosos de dios, patria, propiedad y familia que el 8 de enero de 2023 intentaron dar un golpe de estado en Brasil, que lo volverán a intentar y seguirán con su agenda (ya escrita) de acciones terroristas, no se explican solo como partidarios exclusivos del Partido Liberal de Jair Bolsonaro (tampoco en EUA con los republicanos de Trump). Hay una estrategia que intenta poner las condiciones para gobernanzas económicas globales (en su partes correspondientes o en bloques), con mercados humanos llenos de certezas, previsibles, distraídos. Las marcas dios, patria, propiedad y familia tienen sus hábitat en los medios de comunicación de masas y en las masas de las redes sociales. Las señales de los fundamentalistas y fanáticos están y ya son muy claras. Habrá que dar batalla; la cultural que es la que más les jode.
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