Flênaur de profesión

Ahora que las nieves del tiempo blanquearon mi sien surge, ¡bah! siempre ha estado ahí y pocas veces le he encontrado acomodo sin esa necesidad perentoria de ir tras el pan, maldito pan distorsionador educador dador de objetos que disturben acumulan polvo y olvido, ¿cuál es mi profesión?, la elegida y querida, la única sin escrito sin profesores sin examinadores alcahuetes aduladores detestadores de mi cuerpo por el mero hecho de ser un tipo más. Surge la respuesta y es tan sencilla que estremece: flâneur, vagar por las calles, callejear sin rumbo, sin objetivo, abierto a todas las vicisitudes y las impresiones que le salen al paso. Sencillo. Es lo que realmente desde mi niñez me ha llenado, caminar sin rumbo. Lentamente. Porque caminar no es ir no es correr no es una cinta transportadora cruzando el puente de Waterloo vuelta masa arrasadora para llegar a la oficina. A tiempo. Ni tampoco el síndrome del retornado como un día creí a un buen psicólogo que ahora sólo lo percibo con sus libros de facultad y planillas llenas de cuadraditos para marcar con una v sus aciertos con mis necesidades. No, no caminaba para encontrar mis recuerdos montevideanos de un mundo inexistente. Caminaba porque desde niño camino porque es una gran pantalla inmersiva interactiva táctil y yo, bueno, un simple espectador sin entrada colado agradecido. Una pantalla que nunca serán capaces de imitar los guruses de inteligencia artificial. No, ellos tienen su gran público y yo no les pertenezco. Tocan respiran lamen miren oyen lo creado para ser tocado respirado lamido mirado oído sin matices sin salitre quemado por el sol, sin texturas donde perderse, sin palabras cruzadas, sin sonidos entreverados. Sin drama. Es cierto, me gusta la mar que no es el mar. Me gusta el río que justo lo veo con ojos de niño coma la mar. Sus pescadores de radio y mate. Me gusta pasmar entre el pasado y el futuro del urbanismo. La banqueta en la puerta que cuando llega el buen tiempo se vuelve living en la vereda. Me gusta cruzar la mirada en encuentros e imaginar las vidas de encontradas, a los gurises dueños de las esquinas tomada litros cerveza escuchando a todo volumen, como los hacíamos nosotros para reivindicar nuestro derecho de ser y  joder a la vecindad, me gusta robar discusiones tras los ventanales de los boliches y también curiosear viejas vidrieras con sus aromas vetustos, me gustan los nuevos residentes que son igual que nosotros buscadores de futuros, me gustan ver a los chorros campaneando un rapiña, me gustan todos y todas, las baldosas rotas, los arboles que las rompen a cambio de darnos un respiro de sombra en verano, los apretones sin disimulo llenos de pasión, sin edad. Me gustan los relatos paridos de tantos realidades que alguien sin mirada puede tachar de costumbristas. Y todas ellas son infinitas hasta que un mal ataque vuelva y cierre definitivamente mis ojos. La respuesta es sencilla y aunque tarde: soy flâneur de profesión.

Publicado por

carlosdeus

Periodista independiente

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