Vender vender vender para seguir siendo ciego

Seré breve. Hará una década, moneda arriba moneda abajo, me encargaron escribir un guion de un vídeo para una oenegé, de esas que con un lindo nombre se venden como testaferro de fundaciones de bancos y aseguradoras. El vídeo serviría para que otras oenegés comprasen el sistema de reconocimiento facial (biometría) de los niños en situación de calle en la India. Estaba en la llaga, la llaga, llaga, que justifica mi acceder al encargo, pero mi curiosidad, gratis y fresca, también me movió. La cuestión es que mi necesidad de información les obligó a decirme sin decir los motivos reales: el plan era hacer que los voluntarios (blanquitos y deseosos) trabajasen primero con 140.000 niños en India y que con sus teléfonos pudiesen reconocer a los niños en calle con sus patologías y aplicar o no tratamientos.

Prueba piloto.

Porque el negocio era mucho mayor ya contemplaban Asía y América (no la de arriba, la que existen de Río Grande al sur), lo que daba unos 140 millones de persona. 140 millones de personas documentadas en paralelo. Pero mucho mejor. A golpe de una foto. 140 millones controladas sin pasar por una comisaria ni frontera. 140 millones de personas de nacionalidad bancaria.

Por un plato de comida una cama un lugar en una escuela.

Hice una mierda, igual lo pagaron.

Hoy asistimos a una campaña de otras compañías que por una criptomoneda (valor sin valor de 60 o 70€) han generado interminables colas para que jóvenes vendan su iris, su ojito, el cervecero el ébano o celeste que también lo hacen los nórdicos. Sin dolor y contentos de hacerlo porque qué más da, qué daño puede hacerles.

Error.

Esa criptomoneda, si alguno de ellos puede entenderlo, los atrapará, los fagocitará de hoy en más. Pero vivimos en épocas, todavía nuestra capacidad de imaginación no aplica a lo que vendrá, que lo importante es seguir ser más piolas que piolas, repiolas, y ser devorados es un escenario que no se entiende.

Ni se quiere, qué más da.

La bandera de largada está en todas partes. La internet ya no es gratuita. A cambio de acceder a páginas te pide que consientas al algoritmo conocer a qué hora te sentás en wáter. O peor, que les pagues por los contenidos que desde su creación los vendieron como gratuitos. Y si no podes, te dan generosamente la opción de optar por sus cookies (nombre estúpido pero dulce…).

Prometí ser breve y cierro. Vender vender vender para seguir siendo ciego probablemente no le interese a nadie. No sé si suenan las criptomonedas en el bolsillo, tampoco lo quiero saber. Pero sé cómo suena las carcajadas de los parásitos que las provocan y que su luz no le queda poco trapo.

Publicado por

carlosdeus

Periodista independiente

Deja un comentario