Remar remar remar

Ventura despertó. Por fin una mañana sin niebla, por fin sin la incertidumbre de topar contra una proa negra, rasgadora metálica oxidada, por fin sin el temblor de su mano derecha, la limitante la herida la falta de riego de la cabeza hasta su pulgar, por fin sin el miedo a escribir en el aire y en esa libretita negra, sin espacio llena de marcas, propia. La mano venía mal antes del accidente. Pero el accidente lo jodió. El puto accidente que visto ahora y no con los ojos de ayer, nomás, le parece justo y no susto, compendio de malas decisiones y pasiones, no malas pero equivocadas, arrancadas mucho pero mucho antes de hacerse a la mar, en un fatídico año que el calendario marcaba con el 73, el del inicio de la dictadura, el de la marcha de su casa, el de inicio de su vagar por orillas de diferente acentos e idiomas, el de ya no pertenecer, el de volver volver volver al paisito que lo acunó en busca de manos que lo acariciasen lo contuviesen lo amasen. Sí, está convencido que, en breve, cuando despunte el sol, sabrá perfectamente su posición en este inmenso Atlántico. Sus dos piedritas siguen en el bolsillo de su jean, bien sobadas por sus dedos hasta el fin de sus días. Piedritas portuguesas, su única buena decisión en 63 años de vida. No lo saben, pero las ama. Cosas del tiempo o de la edad o de la vida que les toca vivir, está convencido Ventura y lo dice en voz alta, aunque sus oídos lo sepan. Cosas de la barca, ríe Ventura. Y se promete sin engañarse que ahora, en este puto ahora y para siempre, volverá a remar remar remar. Remar remar remar porque está fuerte ligero y siente los remos entrar en la mar y arrastrar el agua con dirección a un destino, su destino, el que equivocó aquel día de su partida a navegar arrastrado por los vientos.

Publicado por

carlosdeus

Periodista independiente

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