La Concertación “marchó al spiedo»

Las urnas han dictado sentencia: el Frente Amplio accede a su sexto mandato consecutivo en la Intendencia de Montevideo, el segundo ejecutivo más importante de la República. Y es una victoria, si cabe, más importante ya que estaba en juego medir el calado de La Concertación, propuesta de aggiornamento del centro-derecha político del Uruguay representado tradicionalmente por los partidos Blanco y Colorado.

Desde que hace más de un año se hizo pública la intención de crear esta fórmula de consenso, las opiniones se han dividido en las filas de los partidos tradicionales si bien, al final han llegado en un supuesto bloque. La idea de crear un frente de centro-derecha para oponerse al Frente Amplio, solo se sostiene en el enunciado. En la línea marketiniana de “por la positiva” que Lacalle lanzó para las generales, La Concertación adolece de un mínimo de reflexión que la dote de contenidos argumentales para satisfacer a sus públicos objetivo.

La Concertación nace, y según Garcé “llega para quedarse”, con la idea de aunar lo que queda de la marca “Colorado” que, básicamente apela al pasado renovador de Batlle y Ordóñez de hace un siglo obviando las contradicciones de ser rival de Saravia, con los nacionalistas “blancos”, mejor posicionados pero con un techo electoral evidente por sus carencias en políticas urbanas. Y abierta, también, a empresarios independientes, paracaidistas y abanderados del “self-made” que vende mucho a una sola vuelta pero que carecen de aptitudes de fondo como para bancarse una legislatura en una bancada.

El error de cálculo es desconocer las motivaciones de su electorado y de sus partidos. Los frentes son posibles en ideologías de izquierda ya que reclaman el bien común, el estado de bienestar, la acción social inclusiva y el papel del estado. Cierto es que dentro del Frente Amplio cohabitan posturas más progresistas junto a otras más socialdemócratas pero respetando un tronco común social. A veces más, a veces menos, con mayor o menor velocidad, asumiendo más o menos riesgos, la izquierda avanza y cierra filas en las elecciones.

Por el contrario, La Concertación, es el estandarte del nacionalismo, el liberalismo y en su versión 2.0, el neoliberalismo. La concepción de la sociedad se centra en las posibilidades del individuo para acceder a bienes materiales. Se plantea una pelea por la posesión del espacio y todo que contiene. El individuo, a su juicio, nace igual de derechos y oportunidades y a través de sus capacidades y recursos obtiene la satisfacción, el premio. Y con los que no llegan, aunque los números sean elevados, se aplica la caridad. Esta concepción en lo particular, llevado a las organizaciones, es fácilmente detectable en la historia del país. Plantear ahora una fuerza conjunta capaz de renunciar a su cuota de poder particular, sobre todo a lo largo de una legislatura o como alternativa de futuro, es improbable. Ellos son sus principales enemigos y los futuros puñales por la espalda. De ahí que no exista un proyecto por escrito y nacional de La Concertación. De ahí que en su primer envite hayan “marchado al spiedo”.

¡Cállate, bonita!, gritaba la hinchada parlamentaria

¡Cállate, bonita!, gritaba la hinchada parlamentaria
Me siento como el culo cada vez que matizo, dudo, contextualizo y en fin, le doy una pensada a situaciones personales que por proximidad llegan a mi conocimiento. He pasado desde la radicalización, después mitigada por los propios protagonistas, hasta la incredulidad de saber que personas de talante y razonamiento tuvieron un día malo. Ya son muchos años viendo y sabiendo que hay momentos únicos en la vida y otros que son el primer paso a una perversa adicción. Matices. Necesarios en lo personal.
Ayer, Teresa Rodríguez comprobaba en carne propia como quienes vigilan lo políticamente correcto en ojo ajeno, sucumben al efecto hinchada, al barrabrava parlamentario. “No tienes puta idea” o “cállate, bonita” fueron algunas de las frases que trascendieron del pleno en el parlamento andaluz. Y al igual que en la cancha, despojados de todos los matices y con la responsabilidad de ser parlamentario; es decir, conocedor de que sus palabras hacen daño al agredido pero también son referentes para el desquiciado, estos seres deberían ser denunciados por “violencia de género”. ¿Le llamarían bonito a un hombre? ¿Le dirían que no tiene puta idea a un hombre? Entiéndase, no hablaremos de capacidad intelectuales porque para esa masa mediocre, el conocimiento es un hándicap. Todos estos seres, veremos si tienen la condición de personas, han tirado la primera piedra. Como certeramente avisa la publicidad contra la violencia de género, animo a sus colegas mujeres de partido (PP y PSOE), madres, esposas, hijas, a llamar para denunciarlos… Realmente no hacen falta en ningún lado pero menos en un parlamento. ¡Cállate, bonito!

http://www.lavozdegalicia.es/noticia/espana/2015/05/06/tienes-puta-idea-callate-bonita-descalificativos-pp-psoe-dedicaron-portavoz-podemos-andalucia/00031430921799871808877.htm

Las figuritas del presente

De chicos, las figuritas de los jugadores de nuestro cuadro eran monedas de cambio, de juego que medían nuestras habilidades o torpezas. Ponían cara a nuestros ídolos o rivales en las retransmisiones radiofónicas de los partidos. Rara vez se televisaba un match y aunque así fuese, la radio también estaba presente. Garantía de lo no visto que necesitaba ser escuchada, compartida, verificada a través del relato de un speaker de confianza. Éramos, sin saberlo, hinchas virtuales, los de afuera de la cancha. Éramos, sabiéndolo, abducidos por los transistores que arrinconaban las viejas radios de válvulas, que permitían seguir conectados al relato en el zaguán, la ducha o en la rambla. Y ocurría que lo que se escuchaba no siempre lo compartías, casi nunca si contásemos con nuestros silencios privados, nuestras verdades buscadas. Después inventaron lo de repetir las jugadas para ganar voluntades. Ver lo que no veíamos o no queríamos ver, admitir, certificar la mentira. Gran parte del entretenimiento, que es cuando aparentemente estamos más lucidos, se vino abajo.

Las figuritas hoy siguen existiendo pero ya son tan solo un recordatorio, un escapulario sin valor para el trueque, el juego. Adiós a la fantasía de poner un gesto en la cara, una intencionalidad en la acción, un pensamiento en la actitud. Soy laico, devoto del misterio de las incertezas, de los puntos de vista, de las interpretaciones y de la ciencia. Demasiadas relaciones, actuaciones o representaciones se repiten una y otra vez mudando nuestro deseo de imaginar lo posible. Y lo imposible, también. Nos hemos convertido en vacas rumiando las jugadas, las promesas electorales, la industria de la cultura y de los valores.

Nos quedan los sueños, hasta que inventen la repetición de los mismos.