Seres vacíos nacidos para dominar

Existen seres humanos malos. Reconozcámoslo. Seres humanos iguales que nosotros pero que disfrutan imponiendo su criterio a través del sufrimiento de otros. Cuando se ponen uniformes es más fácil distinguirlos y hasta pelearlos. Cuando van vestidos de calle todo se complica. El camuflaje es importante. La maldad está reñida con el conocimiento y su supuesta superioridad material se basa fundamentalmente en las creencias religiosas, la xenofobia y el racismo. Otra vez más con las dictaduras es fácil identificarla pero con las democracias se complica. Quizás sean factores climatológicos o la dificultad para acceder a los recursos básicos lo que acomoda a la maldad en la ética de las sociedades. Porque en democracia  se debe hablar de las personas que con su voto sustentan al gobernante, siempre sujeto de ser identificado con el mal. La Alemania de antes era más que Hitler. La actual, es más que Merkel. En ambos casos existía un consenso de castigar a los otros, a los diferentes que de una u otra manera se les considera como inferiores, con la miseria, la desesperación, la desnutrición y también la muerte. La humillación es una puesta en escena, la realidad es mucho más dura porque entre otras cosas, hablamos de vecinos, de seres próximos que han compartido un tronco cultural común. Ya ni hablar de los lejanos. Así que me sitúo en la Marienplatz de Munich, la que los sábados por la tarde muchos muniqueses le rezan a la estatua de María, o junto al lago Alster de la hanseática Hamburgo y me cuesta verlos. Pero existen y no sé hasta qué grado disfrutan con el sufrimiento de sus vecinos del sur. Son, simplemente, seres vacíos y como cantaba Ana Curra, «nacidos para dominar»