Los días “por algo” son los «te quiero» de disculpa. Primero actúo mal, después pido disculpas. No me gustan. También es fácil decirlo cuando se está pero no se es. O siéndolo, faltan los potreros de la infancia donde se acunan los sentimientos a lo intangible de nuestras vidas. Y vaya por delante mi rechazo a impartir cátedra de analista distante y frío, de corresponsal paracaidista, de aconsejador profesional de la paja en ojo ajeno.
Hoy es el día de las letras gallegas. Y ayer, siguiendo recomendaciones busqué información sobre una persona de las que parece están destinadas a ser influyentes a la hora de canalizar el talento y la innovación gallega. No lo dudo aunque me cuesta pensar en futuro cuando le leo a un analista (también conocido como experto): “Para ser breve y destacar alguna característica, particularmente creo que, por un lado, haber vivido tan intensamente el drama de la emigración durante muchos años, ha ido forjando un carácter de personas que destacan por su capacidad de trabajo y esfuerzo, iniciativa, valor y superación ante las adversidades.”
Quizás por mi carácter atlántico, mis dos orillas, sigo evolucionando e intentando comprender tanto a los gallegos como a los uruguayos. En principio, y ya desde hace bastantes años cuando era trabajador “ilegal” en Londres, la definición del perfil de los gallegos me resulta inexacta. Existen dos gallegos, que son uno y me explicaré más adelante: el residente y el emigrado. Esa visión unívoca de los gallegos como fuerza bruta, como “bois de carga”, disimulada con adjetivos políticamente correctos me rompe las pelotas. Esa visión victimista, judeo-cristiana del sufrimiento, es una maldita excusa para dejar las cosas como están y, por supuesto, saltar a la palestra cuando desde fueran se caen en los tópicos absurdos construidos en el reino de García.
El gallego en el exterior fue y es desde hace siglos un trabajador nato, un creador y poblador de urbes, primer toque de atención que nadie ha tenido en cuenta ya que procedente del rural estuvo destinado a lo urbano por real decreto de las coronas de turno dejando a los canarios el poblamiento de las campañas, del rural. Es cierto que la falta de instrucción la cambiaban por el trabajo pero, y acá los datos mandan, también lo es que supo progresar a través de la unión, de la confianza en otros para suplir las carencias y desarrolló un instinto único para posibilitarse un futuro sustentable. Quizás no tuviesen la mejor letra y sus operaciones matemáticas fuesen las elementales; sin embargo, las personas nos manejamos con criterios básicos para ir añadiendo complejidades. Y ahí, los gallegos son unos cracks.
Los gallegos de allá
Los gallegos desde finales del XIX, en Uruguay, se han unido, renunciando a parte de su propiedad fruto del esfuerzo para convertirse en referentes de varios sectores: el 75% de la distribución en alimentación está en manos de CAMBADU, creada por gallegos minoristas. Las grandes superficies no acampan a sus anchas como sí ocurre en Galicia. Podría extenderme pero solo quiero dejar un dato: entrevisté al presidente de CAMBADU y le pregunté por ese poder que frena a las grandes superficies. La contestación me sorprendió: “en el año 86, detectamos que en Bélgica se había creado las grandes superficies. Un grupo de directivos decidimos desplazarnos a ese país para estudiar el fenómeno y ver como nos afectaría a nosotros que todavía estábamos con los bares-almacenes. Lo estudiamos y vimos que necesitábamos aggiornarnos. Así que cambiamos al “auto-servicio”. Las personas empezarían a demandar su capacidad de escoger los productos libremente y no como hasta el momento que era el almacenero quien les servía. Fue una revolución y cuando llegaron las grandes superficies solo aportaron grandes espacios pero no cambios en el modelo existente”. Sobran palabras cuando te habla una persona que llegó como fuerza bruta y como esponja fue sumando conocimientos, asociándose, confiando en el otro.
El segundo caso, implica a un hombre de una aldea cerca de Laracha, en A Coruña. En 1937, las grandes multinacionales del transporte, dominaban el servicio de las ciudades con sus tranvías. alemanes y británicos. La invención y rápido desarrollo del motor de explosión les había creado un competidor, los ómnibus, menos costosos y más versátiles en dar servicio a la expansión de las urbes. Como siempre, ambos gobiernos plantearon al uruguayo el chantaje habitual de recibir un empréstito goloso a cambio de la exclusividad en el transporte capitalino. Por supuesto, exclusividad significaba excluir a los ómnibus del paisaje. En ese momento existían 508 unidades, cada una cubría una línea y cada una tenía un propietario: gallego. El personaje en cuestión fue llamado al ministerio para proponerle un reto imposible: crear en seis meses una sociedad anónima cooperativa con todos los propietarios de ómnibus. Los propietarios tenían que renunciar a parte de su propiedad y como se presupone, los gallegos son incapaces de ello. Pues no. Los 508 gallegos entendieron cual era su futuro. En seis meses se plantaron con la sociedad establecida, CUTCSA y el gobierno uruguayo tuvo que cumplir su palabra. De la evolución de la compañía solo basta decir que estuvieron a punto de comprar la empresa de aviación comercial de bandera uruguaya y que su negocio se sigue diversificando. Ninguno de aquellos propietarios abandonó el trabajo y además, supieron ser generosos con la riada de compatriotas que recalaban en Montevideo. Otro ejemplo de unión, confianza y visión de futuro.
Puestos en Galicia
Puestos en Galicia, a poco que se le acaricie la panza, se descubre que solo hay un gallego y son las condiciones no dadas las que impiden que surjan las mismas actitudes ante la vida. No existe voluntad política en ninguno de los tres partidos gallegos, digamos tradicionales, en revertir la situación: el PP porque defienden el amiguismo como sistema productivo y son incapaces de ver la rentabilidad al conocimiento; el PSOE porque carece de líderes aptos para ejecutar ese ideario imaginario que dicen tener; y el BNG porque está inmerso en una única lucha por el idioma y posterga otras políticas a no sé cuándo.
El gallego tiene las mismas capacidades que cualquier otra nacionalidad. Se expresa, si puede, singularmente pero ni es más trabajador ni más burro que nadie. Los pueblos tienen que tener las herramientas para crecer en su propio modelo. Mentirles como en el pasado donde no había nadie mejor en el orbe, no ayuda. Tampoco mentirles como en el presente donde no hay nadie peor. Durante años he trabajado en Galicia y he sudado la capacidad de su gente. Hay talento e innovación. Hay ganas. Hay mucha creatividad. Solo falta quitarse la pelusa de pueblo trabajador como singularidad. Solo falta quitarse el amiguismo como potenciador de inquietudes.
A mí entender, la riqueza de Galicia está en el sector primario, el más abierto al conocimiento y el más necesario para el futuro porque hasta que nos superen las máquinas, necesitamos comer. Los políticos actuales miran a la mar o al rural como un lastre del pasado, de esa imagen de emigración. Y no es así. Es futuro. Es hectárea productiva. Es industria pesquera sostenible. Es mi opinión. Lo demás, los servicios, nacen de las necesidades de modelos que lo tienen claro.
Existe un solo gallego y es tan bueno o jodido como el uruguayo. Necesita las herramientas para desarrollar todo su potencial. Yo lo aprendí en la cama que es como se conocen los idiomas. En las intensas previas y los eternos cigarrillos posteriores. Todo está a la vista de quien quiera verlo. La suerte fue mi traductora que se olvidó de folclore y tipismos para explicarme que acá, como en otros lados, lo gallego tiene muchas y más ricas lecturas.
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