Callejeros

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Se sabe que las razas de los perros tienden a la igualdad cuando se mezclan. Los callejeros. Cuestión de dos o tres generaciones. Un poco más altos o más bajos, pelo más o menos corto y tonos más claros u oscuros. Acá y en el Japón. Despectivamente las personas suelen achacarles más inteligencia. Y eso supone que son más independientes y con mayor capacidad de supervivencia. Claro, no son tan lindos ni nos representan adecuadamente en esa proyección absurda que hacemos sobre la cualidad que tienen nuestros bienes de describirnos como personas (ropas, teléfonos, autos, casas,… y mascotas). Son simpáticos e inteligentes, más fuertes inmunológicamente, sin las taras congénitas, pero no son tan lindos. Es mejor tener un perro juguete, o un loquito, un gigante o un ovejero en la ciudad sin ovejas, cuando no un peludo en el Ecuador o un pelado en los círculos del frío. Siempre habría un peinado o una ropita para acomodarlos. La raza lo es todo. Y por ella se paga. Y se vende. Además la belleza o no es una tendencia adquirida y no un proceso cultural (hace cuarenta años pensé extinguidos a los Chihuahuas y ahora son una plaga).

Por suerte a los humanos nos ocurre lo mismo. Por más que históricamente se haya construido un discurso genetista, cultural y político, en dos generaciones de humanos callejeros nos volvemos iguales, un poco más claros u oscuros, un poco más altos o bajos, un poco más o menos. Y también, más inteligentes, aunque también en nuestro caso se diga despectivamente. ¿Para qué sirve la inteligencia en un mundo mediático que ha crecido exponencialmente con las redes sociales si ya tenemos la imagen? Sirve. Lejos de la inmediatez que nos ahoga, y con la manía de prolongar farmacológicamente la vida, atravesaremos muchas tendencias y cánones de belleza y reconocimiento que solo la inteligencia nos permitirá sobrevivirlas. Y reírnos. Olernos el culo y darnos un paseo entre iguales, con matices. No en vano, somos callejeros.

Publicado por

carlosdeus

Periodista independiente

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